Jonathan Cook

En el último libro de la escritora palestina Suad Amiry, Sharon y mi suegra, hay una escena absurda que dice mucho sobre la actitud de los israelíes judíos hacia las otras dos religiones monoteístas. En 1992, mucho antes de que Israel convirtiera la ciudad de Amira, Ramala, en un ghetto permanente rodeado de puestos de control y muros, todavía era posible para la población palestina de Cisjordania llegar en coche hasta Jerusalén e incluso hasta Israel si tenían el permiso adecuado.

En una ocasión, Amiry se aventura y coge el coche para ir a Jerusalén Este, la parte de la ciudad que era palestina antes de la guerra de 1967 y que desde entonces ha sido engullida por asentamientos judíos ilegales, implacables y organizados por el estado.

De repente ve a un anciano judío salir de su coche y desplomarse en el arcén. Se detiene, se da cuenta de que está sufriendo un ataque al corazón y lo mete en la parte trasera de su coche. Como no habla hebreo, le asegura en inglés que lo va a llevar al hospital más próximo.

Pero mientras él empieza a caer en la cuenta de que ella es palestina, ella se percata del terrible problema que ha causado su acto caritativo: el miedo tal vez le produzca otro ataque al corazón. Se pregunta a sí misma: “¿Y si le da un ataque mortal en el asiento trasero de mi coche? ¿Creería la policía israelí que solamente intentaba ayudarle?”

El judío intenta tranquilizarse preguntando a Amiry si es de Belén, una ciudad palestina conocida por ser cristiana. Incapaz de mentir, le contesta que es de Ramala “¿Es usted cristiana?” le pregunta más directamente. “Musulmana” reconoce ella, para su completo terror. Solamente cuando llegan al hospital él se relaja lo suficiente para mascullar en agradecimiento: “A pesar de todo, existen palestinos buenos”.

Me acordé de esta historia mientras iba hacia Belén estas Navidades. La pequeña ciudad de donde el judío del ataque al corazón tanto deseaba que Amiry procediese, actualmente no es más que un enclave aislado en Cisjordania al igual que otras ciudades palestinas, al menos para sus habitantes palestinos.

Para los turistas y para los peregrinos, entrar y salir de Belén se ha hecho bastante sencillo, presumiblemente para ocultar a los visitantes internacionales las realidades de la vida palestina. Incluso los soldados israelíes, que controlan el acceso a la ciudad dónde presuntamente nació Jesús, me regalaron un papa Noel de chocolate.

Aparentemente ignorante a los inquietantes paralelismos históricos, Israel obliga a los extranjeros a cruzar un “paso fronterizo” – un hueco en el amenazante muro gris de cemento – que recuerda las crudas imágenes en blanco y negro de la entrada a Auschwitz.

En las puertas de Auschwitz se podía leer un slogan, “Arbeit macht frei" (El trabajo te hace libre), tan engañoso como el que se puede leer en la entrada de Israel a Belén. “La paz sea contigo” está escrito en colores en inglés, árabe y hebreo, y cubre una parte del cemento gris. La población de Belén ha escrito a lo largo del muro sus propias opiniones, mucho más realistas.

Los visitantes extranjeros pueden irse, sin embargo los palestinos de Belén se quedan encerrados en su ghetto. Mientras estas ciudades palestinas no se conviertan en campos de exterminio, Occidente está dispuesto a hacer la vista gorda. Parece que los simples campos de concentración sí se permiten.

Occidente rápidamente limpió su conciencia en cuanto al muro, con la publicación, en julio de 2004, de la opinión consultiva del Tribunal Internacional de Justicia que condenaba su construcción. Actualmente, los únicos reproches, aunque leves, vienen de los líderes cristianos cuando se acerca la Navidad. El Arzobispo británico de Canterbury, el doctor Rowan Williams, fue la voz más destacada de este año.

Sin embargo, incluso estas preocupaciones son simplemente por temor ante la rápida disminución del número de cristianos nativos de la Tierra Santa, que una vez fueron una importante proporción de la población palestina. No hay cifras exactas, pero la prensa israelí indica que los cristianos, que llegaron a constituir un 15% de la población palestina de lo territorios ocupados, ahora son sólo un 2 o 3%. La mayoría se encuentran en la Cisjordania próxima a Jerusalén, en Belén, en Ramala y en los pueblos vecinos.

También se puede percibir un patrón similar dentro de Israel, dónde los cristianos constituyen una pequeña proporción entre los palestinos con ciudadanía israelí. En 1948 eran una cuarta parte de esta minoría (que supone el 20% de la población total de Israel) y actualmente no llegan al 10%. La mayoría viven en Nazaret y en pueblos cercanos de la Galilea.

De hecho, el descenso del número de cristianos en Tierra Santa preocupa a los líderes de Israel casi tanto como a los patriarcas y obispos que visitan Belén en Navidades, pero por una razón bastante diferente. Israel disfruta viendo a los cristianos partir, al menos a los cristianos de la variedad palestina.

(Sin embargo, los que sí son bienvenidos son los cristianos sionistas de los Estados Unidos. Fervientes fundamentalistas, han llegado a Israel para ayudar a organizar la salida de palestinos, ya sean cristianos o musulmanes, porque creen que tan pronto como los judíos tengan un control absoluto de la Tierra Santa, Armagedón y el Fin del tiempo estarán más cerca. )

Por supuesto, ésta no es la versión oficial de Israel. Sus líderes se han dado prisa en culpar a la sociedad palestina del éxodo de los cristianos, argumentando que un creciente extremismo islámico y la elección de Hamás para gobernar la Autoridad Palestina, han puesto a los cristianos bajo una amenaza física. Sin embargo, esta explicación no menciona que la proporción de cristianos lleva disminuyendo hace décadas.

De acuerdo con la explicación judía, la decisión de muchos cristianos de abandonar la tierra de sus antepasados es simplemente un reflejo del “choque de civilizaciones”, donde un Islam fanático está plantando cara al Occidente judeo cristiano.

Los palestinos cristianos, igual que los judíos, se han visto atrapados en el lado equivocado de las líneas de confrontación de Oriente Próximo.

Así es como el Jerusalem Post, por ejemplo, describe en una editorial navideña la situación de los no musulmanes que habitan en la Tierra Santa: “ La intolerancia musulmana hacia cristianos y judíos está cortada por el mismo patrón. Es la misma yihad” El periódico concluye que sólo confrontando a los yihadis “ la situación de los cristianos perseguidos- y del estado judío perseguido- mejoraría”

Unos sentimientos similares aparecieron recientemente en un artículo de Aaron Klein para WorldNetDaily que se republicó en Ynet, la web más popular de Israel, donde de una manera absurda, el autor describía una procesión de familias en Nazaret durante el Eid al Adha, la festividad más importante para los musulmanes, como una muestra de fuerza de los militantes islámicos diseñada para intimidar a los cristianos de la zona

Según Klein, se enarbolaban banderas verdes islámicas, y así el periodista convertía una tropa local de Scouts y su banda de música en “ jóvenes musulmanes en ropa de batalla golpeando tambores”. Parecía que los jóvenes de Nazaret fueran la próxima generación de ingenieros de cohetes Qassam: “ Los niños musulmanes tiraban petardos al cielo, en ocasiones fallando, y los pequeños explosivos caían peligrosamente cerca de la multitud”

Estas distorsiones sensacionalistas de la vida palestina son ahora el pan de cada día en los medios de comunicación locales y usamericanos. El apoyo a Hamás, se presenta como prueba de la proliferación del yihadismo entre la sociedad palestina en lugar de presentarse como una muestra evidente de rechazo a la corrupción y colaboración de Fatah con Israel o como una decisión normal del pueblo palestino, que quiere encontrar líderes preparados que contrarresten el cinismo terminal de Israel con una resistencia adecuada.

La tesis del choque de civilizaciones se atribuye normalmente a un grupo de intelectuales usamericanos, sobre todo a Samuel Huntingdon, ya que el título de su libro dio popularidad a la idea, y al orientalista Bernard Lewis. Pero ellos siempre han estado guiados por el movimiento neocon, un puñado de pensadores profundamente incrustados en los centros de poder usamericano, que hace poco fueron descritos en Ynet como “judíos que comparten un amor por Israel”.

De hecho, la idea de un choque de civilizaciones surgió de una visión del mundo forjada a través de la propia interpretación de Israel y de sus experiencias en Oriente Próximo. Con la publicación a mediados de los 90 de un documento llamado “ Una fractura limpia: Una nueva estrategia para asegurar el reino”, se consolidó una alianza entre los neoconservadores y los líderes israelíes. El documento describía una política exterior de los Estados Unidos hecha a medida para satisfacer los intereses israelíes e incluso planificaba una invasión de Irak llevada a cabo por destacados neocons y con la aprobación del entonces primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Cuando los neocons llegaron a la Casa Blanca con la elección de George Bush, el nacimiento de vástago bastardo del choque de civilizaciones –la guerra del terror-, fue inevitable.

Paradójicamente, esta visión de nuestro futuro, expuesta por judíos israelíes y usamericanos, se nutre del simbolismo fundamentalista de la religión cristiana, desde la promoción de una cruzada occidental civilizada contra las hordas musulmanas hasta la presunción que el encuentro final entre estas civilizaciones (¿un ataque nuclear a Irán?) pueda ser el propio Fin de los días, y por consiguiente nos traiga el retorno del Mesías.

Si este choque tiene que ocurrir, ha de ser convincente en su línea de confrontación más necesaria: la de Oriente Próximo, y más concretamente en Tierra Santa. El choque de civilizaciones tiene que plasmar la experiencia de Israel, que es la de un estado civilizado y democrático que lucha contra sus vecinos, los bárbaros musulmanes, para poder sobrevivir.

Si se quiere vender esta imagen a Occidente sólo existe un problema: la minoría palestino-cristiana que durante siglos ha vivido felizmente en Tierra Santa bajo mandato musulmán. Hoy en día, y de un modo que enfurece a Israel, estos cristianos estropean la película, ya que continúan teniendo un papel importante en la definición de nacionalismo palestino y en la resistencia a la ocupación israelí. Prefieren estar del lado de los “fanáticos” musulmanes que del lado de Israel, la única “civilización” judeo-cristiana de Oriente Próximo.

La presencia de palestinos cristianos nos recuerda que el supuesto “choque de civilizaciones” en Tierra Santa no es realmente un guerra entre religiones sino un choque de nacionalismos, entre los nativos y los colonos europeos.

Dentro de Israel, por ejemplo, los cristianos han sido la columna del partido comunista, el único partido no sionista de Israel que estuvo permitido durante varias décadas. Muchos de los artistas e intelectuales más críticos con Israel son cristianos, entre ellos el difunto novelista Emile Habibi, el escritor Antón Asmas, los directores Elia Suleiman y Hany Abu Assad (todos ellos viven actualmente en el exilio), y el periodista Antoine Salta (quien, por razones desconocidas, está bajo arresto domiciliario, incapaz de abandonar Israel).

El político nacionalista palestino más conocido de Israel es Azmi Bishara, otro cristiano, que ha sido llevado a juicio y es frecuentemente injuriado por sus colegas en la Knesset.

Del mismo modo, los cristianos han estado en el centro del amplio movimiento secular palestino nacional, ayudando a definir la lucha. Encontramos desde catedráticos exiliados, como el fallecido Edward Said, a activistas de derechos humanos en los territorios ocupados como Raja Shehadeh. Los fundadores de las ramas más militantes del movimiento nacional, los frentes Democrático y Popular por la Liberación de Palestina, fueron Nayif Hawatmeh y George Habash, ambos cristianos.

Esta estrecha relación de los palestinos cristianos con la lucha nacional palestina es una de las razones por las que Israel ha sido tan propenso a fomentar su salida del país, y así culpar a la intimidación y a las formas violentas de los musulmanes.

Sin embargo, son dos los verdaderos factores que pueden explicar el descenso del número de cristianos y ninguno de ellos está relacionado con el choque de civilizaciones.

El primero, es el baja natalidad entre la población cristiana. Según las últimas cifras del Departamento de Estadísticas del Censo israelí, la media de cristianos por unidad familiar en Israel es de 3,5 personas mientras que la de los musulmanes es de 5,2. Visto desde otro punto de vista, en 2005 un 33% de los cristianos tenía menos de 19 años, comparado con el 55% de los musulmanes. En otras palabras, con el tiempo la proporción de cristianos en Tierra Santa se ha visto mermada por las altas tasas de natalidad de los musulmanes.

Pero existe otro factor que tiene tanta o más importancia que el anterior. Israel ha instaurado una norma opresiva para los palestinos, ya sean de Israel o de los territorios ocupados, diseñada para animar a los más privilegiados, que en su mayoría son cristianos, a abandonar el país.

Esta política se ha implementado con sigilo durante décadas, pero se ha acelerado enormemente en los últimos años con la construcción del muro y de numerosos puestos de control. El propósito ha sido fomentar, entre la elite y la clase media palestinas, la búsqueda de una vida mejor en Occidente, dando así la espalda a la Tierra Santa.

Dos han sido las razones por las que los palestinos cristianos han podido huir. En primer lugar, por ser comerciantes y propietarios de negocios en lugar de campesinos pobres, siempre han disfrutado de un nivel de vida más alto. En segundo lugar, la conexión que tienen con las iglesias globales les ha facilitado encontrar asilo en el extranjero, y el éxodo casi siempre ha empezado con los estudios de los hijos en el exterior.

La capacidad financiera de los padres cristianos y por consiguiente las mejores oportunidades para sus hijos han sido una ventaja para Israel, que ha dificultado todavía más el acceso a la educación superior de los palestinos, tanto en Israel como en los territorios ocupados.

En Israel, por ejemplo, todavía es mucho más difícil ir a la universidad para los ciudadanos palestinos que para los israelíes, e incluso más complicado obtener plaza en las carreras más codiciadas, como medicina o ingeniería.

En cambio, durante varias décadas los musulmanes y cristianos de Israel se hicieron miembros del partido comunista esperando obtener becas para ir a universidades de la Europa del Este. Los cristianos también aprovecharon sus lazos con las iglesias para irse hacia Occidente. Muchos de estos licenciados en el extranjero, por supuesto, nunca regresaron, ya que si lo hacían sabían que se enfrentarían con una economía israelí casi siempre cerrada a los no judíos.

Algo similar ha ocurrido en los territorios ocupados, donde las universidades han luchado para ofrecer un buen nivel de educación a pesar de la ocupación, con el inconveniente de las restricciones de movimiento del personal y de los estudiantes. Todavía hoy no es posible estudiar un doctorado en las universidades de Gaza y Cisjordania, e Israel no ha permitido que los estudiantes palestinos asistan a sus universidades. La única solución, para quien se lo haya podido permitir, ha sido irse al extranjero. Y cómo no, muchos han decidido no regresar.

Cerrar la puerta tras los palestinos de Gaza y Cisjordania fue incluso más fácil. Basándose en unas leyes que violan el derecho internacional, Israel les despojó durante su ausencia del derecho de residencia en los territorios ocupados. Cuando intentaron volver a sus pueblos y ciudades, muchos se encontraron con que sólo podían quedarse con visados temporales, o incluso visados de turistas, que tenían que renovar ante las autoridades palestinas cada pocos meses.

Hace casi un año que Israel decidió echar a estos palestinos no renovándoles los visados. La mayoría son académicos y gentes de negocios que han estado intentando reconstruir la sociedad palestina después de décadas de desgaste causado por el régimen ocupante. Un informe reciente de una de las universidades más respetables de Palestina, la universidad de BirZeit, situada cerca de Ramala, revelaba que uno de sus departamentos ha perdido al 70% de su personal porque Israel se ha negado a renovarles los visados.

Aunque no hay cifras disponibles, se puede presumir fácilmente que un elevado número de los palestinos que han perdido sus derechos de residencia son cristianos. De hecho, lo próximo que se llevará a cabo para dañar el sistema educativo en los territorios ocupados será incrementar el éxodo de la próxima generación de líderes palestinos, incluyendo a los cristianos.

Además, el estrangulamiento económico que sufre Palestina por la construcción del muro, las restricciones de movimiento y el bloqueo económico internacional a la Autoridad Palestina están perjudicando las vidas de todo el pueblo palestino con una severidad apremiante. Son buenos motivos para que los palestinos privilegiados, entre ellos sin duda muchos cristianos, busquen una rápida salida de los territorios.

Desde el punto de vista israelí, la pérdida de palestinos cristianos es motivo de alegría Pero sería todavía mejor si se fueran todos y Belén y Nazaret pasaran a la custodia efectiva de las iglesias internacionales.

Sin palestinos cristianos estropeando la película, sería mucho más fácil para Israel persuadir a Occidente de que el estado judío se está enfrentando a un enemigo monolítico, el Islam fanático, y que la lucha nacional palestina es una verdadera tapadera para la yihad y una alteración del choque de civilizaciones, e Israel el último bastión. De esta manera sus manos estarían limpias.

Israel, como la víctima del ataque al corazón de Amiry, puede creer que los cristianos palestinos no son realmente una amenaza para su existencia o la de su estado, pero tengan por seguro que tiene todas las razones para continuar persiguiendo y excluyendo a los palestinos cristianos, tanto, o incluso más, que a los palestinos musulmanes.

Fuente: http://www.counterpunch.com/cook01092007.html

Jonathan Cook es escritor y periodista y actualmente vive en Nazaret - Israel. Es el autor del libro Sangre y Religión: desenmascarando el estado judío y democrático, publicado por Pluto Press y disponible en los Estados Unidos en University Michigan Press. Su página web es www.jkcook.net

Meritxell Mir i Roca es miembro de Rebelión y Tlaxcala. Anahí Seri es miembro de Rebelión. Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente. URL de este articulo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=45037

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