A principios de los años sesenta tuve la suerte de conocer y entrevistar en Florencia a Martin Buber, uno de los filósofos europeos más importantes del siglo pasado. Judío, de orientación existencialista y socialista, estaba considerado el padre espiritual del nuevo Estado judío. Su figura hierática y su porte austero infundían el respeto que se le debe a un gran pensador, cargado de sabiduría y edad.

Buber disentía de la ideología sionista, pues sostenía que el retorno del pueblo judío a la “Tierra prometida” no debía conducir a la construcción de un estado étnico-religioso reservado a los judíos. La patria judía debía ser un espacio abierto también al pueblo palestino. La convivencia pacífica entre judíos y árabes no se obtendría jamás creando un estado confesional que obligara a los nativos a abandonar sus tierras. La paz tampoco quedaría garantizada, según Buber, mediante la formación de dos estados, uno judío y el otro islámico, tal y como habían recomendado las Naciones Unidas desafortunadamente en 1947. La vía de la paz pasaba por una relación de cooperación federal entre los dos pueblos, sobre bases paritarias, en el seno de una estructura política unitaria. Para alcanzar esta meta hacía falta que los judíos emigrados a la tierra palestina se sintiesen semitas entre semitas y no representantes de una cultura distinta y superior, según los esquemas del colonialismo europeo.

Martin Buber, pese a su autoridad, no fue escuchado por los líderes sionistas. Menahem Beguin, Chaim Weizman y Ben Gurion sostenían que la tarea de los judíos era reconstruir desde los cimientos y modernizar un territorio semidesierto y retrasado. El Estado judío debería excluir toda relación, salvo las de carácter subordinado y servil, con la población autóctona. Y fue en nombre de esta lógica colonial como en 1948 comenzó el éxodo forzado de grandes masas de palestinos –no menos de 700.000- por culpa del terrorismo de organizaciones sionistas como la Banda Stern y el Irgun Zwai Leumi, célebre por haber arrasado el pueblo de Deir Yassin y exterminado a sus 300 habitantes. Se dio inicio así a la que hoy un prestigioso estudioso israelí –el historiador Ilan Pappe- llama “la limpieza étnica de 1948”.

Según Pappe, la limpieza étnica, emprendida en marzo de 1948 con el Plan Dalet, no se ha detenido nunca más. Hoy todo ell pueblo palestino está oprimido, humillado, sumido en la pobreza y sometido de una violencia despiadada. En Israel la limpieza étnica se ha convertido en una ideología de estado, pues es el credo sionista el que lo impone. Si ya a finales de 1948 Israel ocupaba gran parte de la Palestina bajo mandato, hoy la ocupa al 100% tras haber invadido militarmente y haber colonizado aquel exiguo 22% que había quedado a los palestinos.

La depuración étnica se ha ido acompañando con demoliciones de miles de casas, con la intrusión de imponentes estructuras urbanas en el área de la Jerusalén árabe, con la tala de cientos de miles de olivos y frutales. Paralelamente ha continuado la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania –los colonos son ya más de 400.000-, la construcción de decenas de carreteras reservadas a los colonos, la depredación de las reservas hídricas, la instalación de cientos de puestos de control (más de 700) y el encarcelamiento o el asesinato “selectivo” de líderes políticos.

Y a todo esto, por voluntad de Sharon, se ha añadido la “barrera de seguridad”, que ha encerrado las comunidades palestinas de Cisjordania en prisiones al aire libre. Hoy el gobierno racista Olmert-Lieberman se exhibe con matanzas de mujeres y niños, sobre todo en Gaza, donde las condiciones de vida de un millón y medio de personas son actualmente desesperadas, como ha demostrado recientemente, mediante un análisis escalofriante, Sara Roy.

La idea de que hoy sea aún posible la formación de un Estado palestino –sostiene Ilan Pappe- es una ilusión patética o una cruel impostura. Los efectos de la limpieza étnica son irreversibles: jamás un Estado palestino nacerá sobre las ruinas de Gaza y Cisjordania. La única perspectiva, altamente problemática pero sin alternativas, es la de un Estado palestino-israelí, laico e igualitario. Se ha de pensar en una formación política pluralista en la que todas las comunidades palestinas, incluidos los “árabes israelíes” de Galilea y los prófugos hoy dispersos por Líbano, Siria y Jordania, gocen de plena soberanía estatal.

Esta idea “buberiana” se está consolidando entre los intelectuales judíos ilustrados, no sólo en Israel. La comparten estudiosos de prestigio como Jeff Halper, Virginia Tille o Sara Roy y parece que tiene eco entre la población palestina. A pesar de todas las objeciones justas y posibles, nadie debería dejar de lado expeditivamente la perspectiva federal, volviendo a repetir sin descanso el sonsonete de los “dos pueblos, dos estados”.

Sea como sea, lo que parece cierto, tras el fracaso de todo tipo de acuerdo, es que la paz no será posible mientras dure la ocupación . Sólo una retirada incondicional israelí de las áreas ocupadas en 1967 puede abrir paso a negociaciones que den algún fruto. El final de la limpieza étnica es la primera condición para el inicio de un recorrido de paz. Es asimismo la condición para que los judíos que viven hoy en Israel tengan el derecho de pedir a los palestinos y al mundo árabe-islámico que se les acepte como parte integrante del Oriente Medio.

Pero para obligar a los líderes sionistas a dar este paso decisivo sería necesaria una fuerte movilización internacional. Haría falta aplicar a Israel las mismas medidas que se adoptaron contra la Sudáfrica del apartheid. Habría que empezar con el envío de equipos consistentes de observadores internacionales tanto a Gaza como a Cisjordania y continuar con medidas severas como el embargo de armamento, las sanciones económicas y el boicot de toda forma de colaboración, incluida la académica y científica. La iniciativa debería partir conjuntamente de los países árabes mediterráneos, de Europa y debería involucrar a las grandes potencias regionales emergentes, comenzando por China, India, Sudáfrica y Brasil. Tampoco las potencias geográficamente más lejanas del epicentro palestino pueden hacer como que no entienden -ha escrito Pappe- que todos estamos a bordo del mismo avión, sin piloto.

Danilo Zolo
Il Manifesto

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Gorka Larrabeiti

Fuente:

http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/07-Dicembre-2006/art16.html

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=42864

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