El “bullying” es definido como ataques repetitivos e intencionales, realizados y planificados por compañeros y compañeras (es decir, roles de iguales) con toda la intención de dañar a la considerada victima. Esta agresión es tan repetitiva que entre el agresor y la victima se inicia un abismo, una diferencia que les impide ser percibidos como iguales . Es entonces cuando se inicia un proceso de victimización acompañado de síntomas como baja autoestima, pobre rendimiento escolar, inseguridad, etc... El agresor, si continua realizando estos actos, desarrollará una moralidad egocéntrica, y sus fines por lo tanto los prioritarios, utilizando para ello cualquier herramienta que esté a su mano (sea bélica o no).

Desde el modelo compartido para entender el fenómeno del bullying, hay consenso en asumir la existencia de un tercer elemento, los espectadores o ausentes; es decir, todos los sabedores del problema de violencia que no denuncian, sino que guardan silencio, lo que autoriza al agresor y deja a la victima sin defensas. Estos espectadores también se ven afectados por estas vivencias y aprenden, ya en la escuela, la importancia de desarrollar mecanismos de desconexión moral que les permita disponer de un desarrollo moral adecuado, al mismo tiempo que no hacer nada para ayudar a quien es victimizado. Estos mecanismos son definidos y depurados, hasta llegar a ser parte de nosotros mismos que no percibimos pero que nos acompañan en nuestra vida diaria.

Este mismo esquema puede aplicarse a Oriente y Occidente , y aún más concretamente en las relaciones entre Israel y Palestina. Si miramos hacia la situación actual es fácil comprender que Israel ocupa militarmente a Palestina, con un ejército considerado el tercero del mundo y el primero en tecnología, mientras que Palestina ni tiene ejército y hasta hace un año no tenia ni policías.

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