Alberto Piris*
Tanya Reinhart, acreditada analista del conflicto palestino-israelí, fue profesora de Lingüística en la universidad de Tel Aviv. El descriptivo y demoledor título de su último libro podría traducirse así: “La hoja de ruta a ninguna parte”. El subtítulo aclara su contenido: “Israel/Palestina desde 2003”.
Cuando la brutalidad con la que actúa el gobierno de Israel contra el pueblo palestino alcanza límites insoportables, es alentador encontrar una pluma judía capaz de romper con sus escritos el muro de la desinformación y abrir grietas en el acorazado grupo de presión proisraelí que en los más poderosos medios internacionales de información distorsiona la realidad cotidiana de Palestina.
Considera Reinhart que el sistema político israelí ha entrado desde el año 2003 en “un proceso gradual de desintegración” y no pone reparos en recordar un informe del Banco Mundial que en abril de 2005 calificaba a Israel como uno de los países más corrompidos e ineficaces del mundo occidental. Afirma que es cada vez más evidente el hecho de que las fuerzas armadas son el factor dominante en la política israelí y determinan las decisiones del gobierno, incluso las que poco o nada tienen que ver con la defensa. Opina que se ha desarrollado al máximo la idea de que “la guerra se puede comercializar como una infatigable búsqueda de la paz”. Es así como Israel coincidiría con la paranoia de Bush sobre la guerra universal e interminable contra el terror, que tanto contribuyó a acrecentar su popularidad entre los votantes en EEUU.
Coincide también con los que sospechamos que la militarización de la sociedad judía, notable desde los orígenes del Estado de Israel, alcanza hoy extremos que permitirían dudar de su naturaleza democrática. No le tiembla el pulso a la autora al describir como un “proyecto masivo de limpieza étnica” la política de Sharon al rodear Cisjordania con un muro que aísla a las gentes de los campos que cultivaban y que entorpece su vida diaria, propiciando la emigración.
Hay que recordar que ni siquiera Gaza, cuya ocupación militar concluyó formalmente, es hoy otra cosa que una enorme prisión en la que ya han muerto más de 300 palestinos desde que a finales de junio pasado se inició la última fase de esa guerra, espasmódicamente activa desde 1948, y de la que han estremecido al mundo las imágenes de las mujeres-escudo que pretendían proteger a los luchadores de Hamás que combaten por la independencia de su pueblo.
Un aspecto positivo del libro citado, que alimenta la esperanza en una futura solución de este prolongado conflicto, es que se ha escrito basándose en informaciones libremente publicadas en Israel y al alcance de cualquier ciudadano, lo que no podría decirse sobre otros conflictos, como el de Rusia en Chechenia, fuertemente censurados y ocultados a la opinión pública. Es curioso constatar que la autora percibe dentro de Israel más libertad y apertura informativa sobre esta guerra que lo que aprecia en el mundo occidental, donde las noticias suelen aparecer más atenuadas. En una entrevista declaró: “Hay cosas que parecerían atrocidades en Occidente pero que en Israel son rutina diaria”. Y aunque aprecia obstáculos y dificultades para la libertad de expresión (ella tuvo que abandonar la universidad por presiones políticas a causa de sus opiniones), nos muestra que la sociedad israelí no ha amordazado todavía las voces críticas que pueden hacerle meditar sobre los errores cometidos.
Su reflexión sobre la influencia de los medios en este conflicto es clara: “Los hechos muestran los límites de la propaganda: se puede fabricar silencio o asentimiento, pero no se puede construir una conciencia”. Es a lo que ella aspira con sus escritos y declaraciones. Oigámosla: “Como israelí, creo que este forcejeo [para hacer oír su voz] da también esperanza a los israelíes. La política de Israel no solo amenaza a los palestinos sino también a los israelíes. A la larga, esta guerra por el territorio es suicida. Un pequeño estado judío con siete millones de habitantes (de los que 5,5 son judíos), rodeado por doscientos millones de árabes, se está convirtiendo en el enemigo de todo el mundo musulmán. No hay seguridad de que tal Estado pueda sobrevivir. Salvar a los palestinos significa también salvar a Israel”.
La resolución del conflicto que hace ya varios decenios derrama sangre sobre la tierra palestina no está en la guerra constante de Israel contra los árabes; ni en las armas nucleares con las que cree garantizar su supervivencia. Tampoco está en los buenos oficios de EEUU, cuya opinión pública ignora lo que allí sucede y cuya clase política cultiva desmedidamente el voto proisraelí. Ni en Europa, incapaz de gestar una política exterior común y eternamente acomplejada frente a Israel por la pesadilla del holocausto. La paz solo reinará en esa conflictiva región cuando desde dentro de Israel cobren vigor y relevancia las voces templadas y ecuánimes, como la de Tanya Reinhart, y sean capaces de influir en la política de su país, imponiéndose al discurso militarista y violento que allí domina y que ha logrado que la corta historia del Estado esté jalonada predominantemente por el estruendo de las armas en una interminable sucesión de guerras que a nada conducen.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)
6 de Noviembre, 2006
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