Los juicios en la base naval norteamericana de Guantánamo, donde más de 400 detenidos sobreviven sin derechos en un limbo jurídico, son un mero simulacro de justicia.

No conocen los cargos que se les imputan, ni son representados por abogados, ni han podido recurrir su reclusión, decretada en el marco de guerra contra el terror lanzada por George Bush tras el 11-S.

EL PAÍS ha podido asistir a uno de estos procesos y recorrer las instalaciones de un centro de detención donde los internos son clasificados según su peligrosidad. Algunos ni siquiera tienen derecho a sábanas, mantas o cepillo de dientes. Ninguno puede pedir explicaciones porque se hallan atrapados en este gulag de nuestro tiempo.

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