18 de Octubre de 2005

Sobre la discriminacion en el aeropuerto de Tel-Aviv (Israel)

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Este aeropuerto tiene mucho que explicar sobre el trato a los pasajeros, sin embargo nunca me he encontrado un artículo sobre ello. Todos los que viajamos al denominado Estado de Israel, -cuyas fronteras son las únicas en el mundo que no están definidas - , sabemos a lo que nos enfrentamos, a menos que seamos judíos, tengamos la nacionalidad israelí y hablemos hebreo, y por este orden.

Cuando llegamos las dudas nos inundan, ¿nos dejaran entrar?. Cualquier contacto o vínculo con ciudadanos que independientemente de tener la nacionalidad israelí sean árabes, y para mal mayor palestinos, nos puede enfrentar a un camino de retorno en un avión dispuesto para ello, o a hora de retenciones y continuos interrogatorios por los sabidos “motivos de seguridad”. Esta incertidumbre, esta frustración y acoso psicológico es exactamente igual a la vuelta, lo cual aún es más desconcertante pues supongo que en ese caso estaríamos poniendo en juego la seguridad de nuestro país, o claro del vuelo, si bien ninguna compañía excepto la israelí-judía-hebrea Elian, parece mostrarse simpatizante con este miedo.

Hoy, nuevamente, estoy en este aeropuerto, esperando mi vuelo de regreso a Londres y a Sevilla.

Antes de embarcar

Llevo en el aeropuerto desde las 9 de la noche, para tomar un vuelo a las 7 de la mañana. En esta larga espera me he encontrado con decenas de “personal de seguridad”, unas chicas y chicos entre 18 y 25 años, con teléfonos móviles que conectan permanentemente y que observan y “fichan” a toda persona que no hable hebreo, lo cual comprueban de inmediato. Si además esa persona tiene aspecto árabe, o de internacional pro palestino, todo se pone peor.

La hora de embarque se acerca así que debo prepararme para que me registren cada una de las hojas de cada uno de los libros y papeles que llevo, me quiten el ordenador, le extraigan la batería, se lleven la cámara de fotos, me quiten la ropa buscando... ¿qué?, Ya hemos pasado por detectores de metales, el equipaje por los escáneres..., pero estas medidas de seguridad parecen ser insuficientes para comprobar que los ciudadanos -no judíos, ni israelíes y que además no hablen hebreo- no somos peligrosos. Además esta paranoia se completa con múltiples interrogatorios, repetitivos y continuos sobre: dónde has estado, para qué has venido, porqué has venido previamente, con quién has hablado, has conocido a algún palestino (quiere decir árabe-israelí o cristiano-israelí, o árabe palestino).

Por más que intento encontrar la fórmula de exclusión parece que no es el “enemigo” el que está definido, sino el amigo. Es decir, todo aquel contacto con ciudadanos que no sean “judíos-israelíes-que hablen hebreo” (en adelante JIH) está penalizado en este aeropuerto, pasando cualquier pasajero a sufrir parte del castigo colectivo a que nos vemos sometidos por no pertenecer a esta minoría étnica, la única en el mundo con derecho a un estado propio.

Esta situación es conocida por todos los que por aquí pasamos, con motivos palestinos o con motivos israelíes; después nos reímos, comentamos las preguntas, nos mofamos de la ingenuidad y estupidez del “personal de seguridad”, pero estas burlas no sirven más que para superar el sentimiento de frustración, de injusticia, de discriminación y segregación a que nos vemos sometidos. En mi larga espera he visto a un chico que conocí en un Campo de Trabajo en Jenin. A pesar de mi alegría ni se me ha ocurrido saludarle; llegó a facturar casi al final de su hora, y escoltado por el personal de seguridad, claro es palestino. Si le llego a saludar mi espera sería aún más larga, el interrogatorio más acusativo, y la humillación aún mayor.

Se inicia la pesadilla

Me pongo en la fila para el control y una chica de seguridad se me acerca para preguntar por mi pasaporte -en hebreo, claro-; se lo enseño y comienza el interrogatorio. Le respondo porqué me pregunta en hebreo, es un aeropuerto internacional, en la zona de entrada británica, es más razonable que pregunte en inglés. Me pregunta entonces en inglés los motivos de mi visita, le respondo que estoy muy cansada. Me habla algo en español y con una sonrisa me deja pasar.

Siguiente control, se me acerca otra chica de seguridad y finalmente he decidido hacer prevalecer mis derechos. Me vuelve a preguntar, y respondo con otra pregunta, ¿has viajado a algún país de Europa?. ¿te preguntan dónde has estado, qué has hecho?, ¿molestamos a los pasajeros?. Creo que es todo lo contrario, les respetamos y les deseamos un buen vuelo. Se enfada y se va a buscar al Jefe de Seguridad.

Se acerca el jefe quien me afirma que estas son las medidas de seguridad de este aeropuerto y si no contesto no puedo volar, que tengo que encontrar otra manera de regresar a mi país. Le digo que he estado en Jerusalén pero que no pienso pasar por la experiencia de la última vez, que me quitaron hasta las bragas, lo cual es violar totalmente los derechos de la persona. Me dice, el jefe de seguridad, que él no ha hecho nada, le respondo que claro, empiezan con preguntas pero no se sabe como terminan. Le digo que comprueben, que registren y que después tomen decisiones, pero que no se dediquen a molestar a los pasajeros pues esto no lo hacemos en Europa, donde también tenemos ¡SERIOS PROBLEMAS DE SEGURIDAD!.

Le digo que estoy dispuesta a escribir a todas las embajadas europeas contando la discriminación que se vive en su aeropuerto, por no ser judía-israelí-hebrea (JIH). Se lleva mi pasaporte y espero escribiendo estas líneas en el ordenador sentada sobre mi equipaje. ¿Que pasará?.

Vuelve y me dice amenazante que “Usted ha estado en Gaza” (ha comprobado los archivos); le respondo que si, y en Ramallah, y en Nablus, y .... que soy profesora universitaria y me dedico a firmar acuerdos con universidades palestinas, israelíes, británicas y de todo el mundo porque la Universidad es universal; que hago mi trabajo, y que pido se respete. Es la cuarta vez que vengo y el aeropuerto me crea ansiedad, me pongo nerviosa y yo no soy una terrorista por visitar Palestina.
Añado que a los judíos, israelíes que hablan hebreo (JIH) no le hacen pasar por estos interrogatorios ni chequeo y esto es discriminación.

Con toda mi sorpresa, se agacha hasta ponerse a mi altura, me pide disculpas, y me precinta todo con códigos de barras amarillos. Deduzco que significan que no lo comprueban. Muy amablemente una chica me pidió ver el portátil, (sólo lo abrió). Todos me desean un feliz viaje. Ni una sola maleta fue abierta.

Estoy TAN CONTENTA, que hasta estoy dispuesta a darle las gracias al Jefe de Seguridad, después pienso porqué, simplemente me han tratado como a una persona normal, como a cualquier persona que viaja y no lleva ni drogas ni armas en su equipaje. Es decir, que no representa ningún “motivo de seguridad”, y como tratamos a todo ciudadano JIH que viaja a Europa.

El mágico código de los colores

No dejo de dar vuelta a esto de los colores. A la vuelta en Londres observo las pegatinas que llevan los pasajeros en el equipaje de mano. Parece que hay tres colores; rosas, moradas y verdes. Los ciudadanos que hablan hebreo, son blancos y supongo israelíes llevan todos pegatinas rosas. Estos no han pasado por ningún control exhaustivo. Británicos, europeos, blancos y que no hablan hebreo tienen una etiqueta morada (como la que yo tenía), supongo que significa algo sospechosos pero no mucho. Los ciudadanos no europeos, y negros la llevan la verde, la que en otras ocasiones me han atribuido a mi e implica escrutinio, molestias, retenciones, y acoso moral y psicológico.

En el avión entablo una conversación con mi compañera de asiento; es norte-americana, de Boston. Ha estado en Israel con su familia, lee y habla hebreo, y es judía. A ella no la han registrado, lleva etiqueta rosa. Le cuento mis suposiciones de las etiquetas y la curiosidad de conocer qué código tienen estos colores; me dice que está en desacuerdo conmigo, que también a los ciudadanos JIH (judios-israelies que hablan hebreo) los registran de la misma manera, pero no ha podido darme un ejemplo de cuando lo ha visto. Defiende el sistema de control de su país, los EE.UU, y acepta que Israel es un país extraño, pero que todo tiene un precio y el precio de tener un buen sistema educativo, un buen nivel de vida, tiene que pagarse con limitaciones de la libertad de los individuos.

Le argumento que me dedico a la educación, y que no son precisamente ni Estados Unidos ni Israel los estados con una admirable calidad educativa; si hay que destacar algunos son los países nórdicos, como Finlandia, Suecia o Noruega, quiénes no limitan la libertad de sus ciudadanos, todo lo contrario tienen un buen sistema de Seguridad Social y una admirable educación cívica y ciudadana.

Termino diciéndole mi orgullo por ser Europea, y mi rechazo actual a la política de Estados Unidos y de viajar allí, con el aeropuerto de Tel Aviv creo que tengo bastante.

Maria José Lera es Dra. en Psicología y profesora titular de la Universidad de Sevilla.

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