Después de quedarme perpleja ante mi portátil al ver la noticia de que Roberto Vila, cooperante español en Palestina, ha sido secuestrado, llamo a mi compañero de trabajo Moncho, vamos a quedar para ir juntos a Jerusalén, él para sus clases y yo para hacer unas compras. Le cuento la noticia y hablamos un poco de lo sucedido, ambos no damos crédito de lo que está pasando. Hasta donde está llegando la desesperación, la desesperanza y la falta de feedback en esta sociedad….
A los cinco minutos aparece Moncho en su coche destartalado, pero con una magnífica matrícula amarilla (que nos permite movernos por toda esta tierra), nos disponemos entonces a alcanzar el checkpoint que nos da pie luego a la autovía de Talpiot, dirección Jerusalén. Mientras llegamos comentamos lo ocurrido de nuevo, la sensación de desconcierto es mayor. Y es que llegar a entender el porqué se convierte en un descubrimiento agridulce de lo que sentimos ambos acerca de lo que flota en la sociedad palestina en estos momentos. Agridulce porque es triste ver como todo se estanca, y como este estancamiento da lugar a masas, cada vez más densas, de gente que no tiene ningún tipo de interés por construir, por reconstruir, una Palestina que antes se pedía a gritos y que ahora, parece ser, se ve como una quimera cada vez más lejana. Pero agridulce también porque aún nos seguimos topando con ilusión, con otras generaciones que tienen aún más fuerza que las más jóvenes y que tiran del carro con discursos fundamentados en la lógica.
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