La bula de Israel

Alberto Piris

Hay que empezar admitiendo que la palabra bula suena hoy algo extraña en bastantes oídos jóvenes que no han vivido bajo el nacionalcatolicismo español. Un inteligente y activo abogado treintañero, al preguntarle qué sabía él de las bulas, recordó textos universitarios y se refirió a documentos vaticanos con cierta validez normativa para el mundo católico. Hizo memoria, recordando también que las bulas tuvieron mucho que ver con la ruptura entre Martín Lutero y el Papado, aunque sin precisar más. Pero nunca en su vida privada había tenido nada que ver con tales documentos, ni tampoco en el ejercicio de su profesión.

Alberto Piris

Hay que empezar admitiendo que la palabra bula suena hoy algo extraña en bastantes oídos jóvenes que no han vivido bajo el nacionalcatolicismo español. Un inteligente y activo abogado treintañero, al preguntarle qué sabía él de las bulas, recordó textos universitarios y se refirió a documentos vaticanos con cierta validez normativa para el mundo católico. Hizo memoria, recordando también que las bulas tuvieron mucho que ver con la ruptura entre Martín Lutero y el Papado, aunque sin precisar más. Pero nunca en su vida privada había tenido nada que ver con tales documentos, ni tampoco en el ejercicio de su profesión.

El Diccionario de la RAE, aparte de reseñar los nombres de las varias bulas conocidas (entre las que se encuentra la que había que adquirir, mediante el pago de un estipendio, para poder comer carne en días prohibidos por la Iglesia), añade la locución más usual todavía utilizada con esta palabra, al precisar que “tener bula” significa en sentido coloquial: “contar con facilidades negadas a los demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles o imposibles”.

Con estos antecedentes sobre el uso de la palabra “bula” (hermana etimológica, por cierto, del nombre del famoso restaurante catalán El Bulli), parece llegado el momento de confirmar la abrumadora sensación de que el Estado de Israel tiene una bula que le autoriza a cosas muy difíciles o imposibles para los demás Estados.

Una bula que le permite soslayar, ignorándolas o incluso despreciándolas oficialmente, las resoluciones de Naciones Unidas que, aplicadas a otros Estados, llegan a acarrearles graves consecuencias. Pregúntese al respecto al pueblo iraquí, que las ha sufrido durante años. O al pueblo serbio, que también las padeció en su momento.

La misma bula, de la que sorprende su carácter omnímodo, permite también a Israel mantener un arsenal nuclear —al que sólo alude en contadas ocasiones, con la complicidad de EEUU y otras potencias occidentales—, mientras que la sospecha de poseer armamento de la misma naturaleza puede generar una delicada crisis en Corea del Norte; y la sola idea de que Irán pudiera disponer de él dentro de algunos años hace resonar los tambores de guerra en Oriente Próximo. Tambores que todavía no se han acallado y hacen temer lo peor.

La bula de Israel permite también a su Tribunal Supremo autorizar la ejecución de asesinatos selectivos que violan las más básicas normas del derecho internacional. Práctica que se inició con la intifada del año 2000 y que desde entonces han causado ya unos 340 muertos, de los que poco más de 200 eran sospechosos de ser insurgentes contra la ocupación israelí de Palestina. Murieron además en ellos unas 130 personas que tuvieron la mala suerte de coincidir con tan conocida y popular actividad del terrorismo de Estado israelí, que tan eficaz bula también parece amparar.

Cualquier otro Estado que estuviera organizado sobre una base racial y religiosa, como es el caso de Israel, y que llevara a cabo las operaciones de limpieza étnica que perpetra sistemáticamente en Gaza y Cisjordania (sin olvidar Jerusalén), atraería sobre sí el rayo del repudio internacional y serias consecuencias morales y materiales, a las que la bula israelí le hace felizmente inmune.

Como también es inmune frente a la acusación de matonismo internacional con el que acaba de privar por la fuerza al primer ministro palestino de la ayuda monetaria recaudada en el extranjero (con la que pagar a los funcionarios del Gobierno —democráticamente elegido— que llevan varios meses sin recibir sus haberes, gracias al sistemático boicot de EEUU y la Unión Europea), con la excusa de que puede servir para apoyar al terrorismo palestino. ¡Como si la ayuda financiera de EEUU no le sirviera a Israel para desarrollar su programa ilegal de armas nucleares! O para adquirir esos sistemas no tripulados de ataque a tierra desde el aire con los que prosigue su política de asesinatos selectivos. A cualquier otro Estado, esas operaciones violentas donde jamás se aplica la regla de la proporción entre respuesta y ataque, le supondrían una condena universal. La bula de Israel le ampara.

Llega el momento de preguntarse dónde adquirió Israel tan eficaz bula. El estipendio pagado por ella tiene un nombre: el Holocausto. Sólo la memoria de este trágico etnocidio —que tan excelentes beneficios le rinde— permite a Israel seguir manteniendo una posición de privilegio en el concierto internacional de las naciones. ¿Hasta cuándo tendrá validez la bula israelí? ¿Será de carácter perpetuo?

Los privilegios siempre han de ser administrados con cuidado. Un abuso de ellos conduce a situaciones reivindicativas de quienes sufren sus consecuencias. No es pues, de extrañar, que la hostilidad que la bula de Israel produce en muchos ámbitos enfrentados políticamente con ese país se extienda paulatinamente a otros que nunca han negado el Holocausto y que han asumido su estremecedora brutalidad, pero que empiezan a sentir cansancio por la explotación abusiva que el Estado sionista hace de tan aciago acontecimiento histórico.

Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)
Publicado en www.estrella digital.es
http://www.estrelladigital.es/a1.asp?sec=opi&fech=23/12/2006&name=piris