GAZA como laboratorio. El gran experimento

¿Es posible obligar mediante el hambre a todo un pueblo a someterse a una ocupación extranjera?

Una interesante cuestión, sin duda. Tan interesante, de hecho, que los gobiernos de Israel y de USA, en estrecha colaboración con Europa, se encuentran en estos momentos realizando un riguroso experimento científico destinado a obtener una respuesta definitiva al respecto.

El laboratorio elegido para el experimento es la Franja de Gaza, y los conejillos de indias son el millón y cuarto de palestinos que allí viven.

A fin de satisfacer los adecuados estándares científicos, fue preciso en primer lugar preparar el laboratorio.

¿Es posible obligar mediante el hambre a todo un pueblo a someterse a una ocupación extranjera?

Una interesante cuestión, sin duda. Tan interesante, de hecho, que los gobiernos de Israel y de USA, en estrecha colaboración con Europa, se encuentran en estos momentos realizando un riguroso experimento científico destinado a obtener una respuesta definitiva al respecto.

El laboratorio elegido para el experimento es la Franja de Gaza, y los conejillos de indias son el millón y cuarto de palestinos que allí viven.

A fin de satisfacer los adecuados estándares científicos, fue preciso en primer lugar preparar el laboratorio.

Para hacerlo se procedió de dos maneras: primero, Ariel Sharon retiró los asentamientos israelíes instalados en la Franja. Al fin y al cabo, no se puede realizar un experimento como Dios manda si tienes a tus mascotas correteando por el laboratorio. La retirada se realizó con «determinación y sensibilidad», manaron lágrimas a raudales, los soldados besaron y abrazaron a los colonos desalojados y una vez más quedó demostrado que el ejército israelí es de lo más guay que hay en el mundo.

Una vez limpiado el laboratorio, se pudo acometer la segunda fase: todas las entradas y salidas fueron cerradas a cal y canto a fin de eliminar influencias perturbadoras procedentes del mundo exterior. No fue muy difícil conseguirlo.

Los sucesivos gobiernos israelíes han impedido la construcción de un puerto en Gaza, y la marina israelí vigila para que ningún navío se acerque a la costa. Los israelíes bombardearon y clausuraron el espléndido aeropuerto internacional construido durante los días de Oslo. Cerraron toda la Franja de Gaza mediante una valla muy eficaz y sólo mantuvieron unos cuantos puntos de acceso, controlados todos menos uno por el ejército israelí.

Sólo quedó un punto de conexión con el mundo exterior: el paso fronterizo de Rafah, en la frontera con Egipto. Ésta no se podía sellar, pues de haberlo hecho Egipto habría aparecido como colaborador de Israel. Así pues, se encontró una solución sofisticada: según las apariencias el ejército israelí se retiró del paso fronterizo y lo entregó a un equipo de supervisores internacionales. Los miembros de este equipo son gente maja llena de buenas intenciones, pero en la práctica dependen completamente del ejército israelí, que supervisa el tránsito desde una sala de control anexa. Los supervisores internacionales viven en un kibbutz israelí y sólo pueden llegar hasta el paso fronterizo con el consentimiento israelí. De esta forma todo quedó dispuesto para comenzar con el experimento.

La señal de inicio se dio después de que los palestinos hubieran celebrado unas elecciones impecablemente democráticas bajo la supervisión del ex presidente usamericano Jimmy Carter. George Bush estaba entusiasmado: su idea de llevar la democracia a Oriente Próximo se estaba realizando.

Pero los palestinos suspendieron el test. En lugar de elegir a «árabes buenos», devotos de los USA, votaron por unos árabes muy malos que eran devotos de Alá. Bush se sintió insultado. Pero el Gobierno israelí estaba eufórico: tras la victoria de Hamas, USA y Europa anunciaron el cese de todas las donaciones a la Autoridad Palestina, por estar «controlada por terroristas». Simultáneamente, el Gobierno israelí cortó el flujo del dinero.

Una pequeña aclaración para comprender la anterior frase: según el «Protocolo de París» (el anexo económico del acuerdo de Oslo), la economía palestina forma parte del sistema aduanero israelí. Eso significa que Israel cobra las tasas de aduana que se aplican sobre todos los productos que entran a Palestina a través de Israel -en realidad, Israel es la única ruta de entrada. Tras deducir una suculenta comisión Israel tiene la obligación de entregar a la Autoridad Palestina el importe de la recaudación de las tasas aduaneras.

Cuando el Gobierno israelí se niega a entregar a los palestinos ese dinero lo que está haciendo es, por decirlo claramente, un atraco a la luz del día. Ahora bien, cuando uno roba a «terroristas», ¿quién se va a quejar?.

La Autoridad Palestina -tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania- necesita ese dinero como el aire que respira. Este hecho requiere a su vez de otra explicación: en los 19 años en los que Jordania ocupó Cisjordania y Egipto la Franja de Gaza, es decir, entre 1948 y 1967, no se construyó en esos territorios ni una sola fábrica importante. Los jordanos querían que toda la actividad económica se desarrollara en Jordania, al este del río Jordán, mientras que los egipcios desatendieron la Franja completamente.

Entonces se produjo la ocupación israelí y la situación empeoró aún más. Los territorios ocupados se convirtieron en un mercado cautivo para la industria israelí, y el Gobierno militar impidió que se creara ninguna empresa que pudiera competir de algún modo con una empresa israelí.

Los trabajadores palestinos se vieron obligados a trabajar en Israel por salarios de miseria (según los estándares israelíes). El Gobierno israelí deducía del salario de esos trabajadores palestinos todos los impuestos sociales que cobraba a los trabajadores israelíes, pero los trabajadores palestinos no disfrutaban de ningún beneficio social. De esta forma el gobierno israelí robó a esos trabajadores explotados decenas de millares de dólares, que desaparecieron como por arte de magia en las arcas sin fondo del Gobierno.

Cuando estalló la Intifada, los jefes de la industria y agricultura israelí descubrieron que era posible pasarse sin los trabajadores palestinos. De hecho, resultó que era incluso más lucrativo. Trabajadores traídos desde Tailandia, Rumania y otros países pobres estaban dispuestos a trabajar a cambio de salarios incluso más bajos y en condiciones rayanas en la esclavitud. Los trabajadores palestinos perdieron sus trabajos.

Ésa era la situación al comienzo del experimento: la infraestructura palestina destruida, prácticamente ningún medio de producción y ningún empleo para los trabajadores. En resumidas cuentas, el escenario ideal para iniciar el gran «experimento del hambre».

Uri Avnery
Counterpunch
Traducido para Rebelión por LB